¿Acaso no es divertido disfrazarse de los personajes que más espanto suscitan? Quasimodos, fantasmas varios, engendros de pesadilla hollywoodiense, Bushes, Fragas y Rajoyes..., De la misma manera, pese a la tenebrosa niebla que muchos hijos de cabra y sierpe malparidos bajo un cesto lleno de restos de pescado y sebo de vaca en noche de luna menguante durante el mes de los sacrificios a Shiva, como barrocamente insultaría el insigne pulpensteinólogo hindú Ravi Apu Sendinavramiradinadabab Gupta, pese a las insidias y falsedades que tratan de menoscabar el honor de nuestro amado pulpo, decimos, ya hay avispados capitalistas que tratan de comerciar con la imagen de Pulpenstein. Tal es el caso de la diseñadora Agria Pis de la Papa, que presentó ayer en la Feria de Rodrigatos de Obispalía una colección de muebles, fabricados en Bangladesh por ancianos tullidos y montados en Laos por niños recién destetados, cuya pieza estrella es la LAMPAPULP -en la foto- de apastelados tonos que comprometerían la virilidad de una cuerda de galeotes recién desembarcados en el puerto de Ankara tras seis meses de alta mar, nucas mollares y sudadas y música de cómitre. Si Pulpenstein merece ser perseguido, si tan endemoniado es, ¿por qué sí se acepta el comercio con su imagen? De nuevo he aquí el cinismo de occidente, capaz de especular con la lencería de Heidi o prostituir a Candy Candy si tales aberraciones añaden ceros a alguna cuenta corriente (octoplasta no se hace responsable de las noches en vela y/o tumefacciones que pueda provocar este último ejemplo, aunque tampoco se compromete a corregirlo).
Desde aquí ha de hacerse una llamada en favor del Comercio Justo y en contra de la explotación obrera que, además, mancha la imagen de ese santo cefalópodo que es Pulpenstein.
¡AL MUEBLE DE DISEÑO, YO LE FRUNZO EL CEÑO!
He dicho.